De un antiguo pajar en estado ruinoso… a una acogedora casa-taller y centro de meditación en el Camino de Santiago. Descubre la historia de Espacio Interior.
Si has leído mi biografía, ya conoces mi relación con el Camino. Después de diferentes experiencias vinculadas con el arte, la acogida y el peregrino, en el 2017 estaba preparada para empezar un proyecto por mi cuenta en el que amalgamar mis aprendizajes y ponerlos al servicio de los demás. En la localidad de Castrojeriz compré una parcela con unas edificaciones agrarias de más de cien años de antigüedad. El estado de las construcciones era ruinoso: muros caídos, techumbres derrumbadas y montones de escombros. Me entusiasmaba la idea de la autoconstrucción. Tenía mucho trabajo por delante y muchas dudas pero hubo algo muy claro ya desde los inicios: si la función de este espacio iba a ser nutrir el alma de sus huéspedes no podía construirse desde un lugar que no fuera el amor. ¿Por qué digo esto? Porque, en muchos sentidos, la construcción de una casa puede ser algo brutal. Os pondré un ejemplo. Cuando hubo que meter maquinaria pesada a través del patio la primera reacción que escuche de los trabajadores fue: Esos árboles hay que cortarlos. Ni en broma, dije yo. En medio de la parcela había existido una gran superficie techada para las ovejas, pero tras su abandono se derrumbó. Con los años, entre los escombros, habían crecido seis árboles: tres saúco a un lado y tres acacias al otro. Para mí esos árboles representan algo muy poderoso, son una inspiración. Pero uno de estos árboles ocupaba el espacio que la máquina necesitaba para pasar y otro impedía que esta se acercara adecuadamente a la edificación. Tras meditarlo encontré la solución: el árbol que estaba en medio se trasplantaría a un lado del patio y el que impedía que nos acercáramos correctamente sería un buen motivo para trabajar con cuidado y no dañarlo.
Yo no quería construir una casa con prisas, con materiales prefabricados y de forma poco respetuosa con el medio ambiente, el tiempo que duraron los trabajos fue un valioso período de aprendizaje para todos los que trabajamos en la obra. Para mí en particular, la vocación de servicio fue el motor que acompañó todo el proceso. Desde la superación de los obstáculos hasta un millar de pequeñas decisiones que hubo que tomar durante los tres años que duró el viaje de transformación y recuperación de estas ruinas hasta su culminación en la casa-taller y centro de meditación Espacio Interior.
(Y cuando llega junio, el árbol que nos obligó a trabajar con cuidado, provee a todos los huéspedes con un jugo de saúco delicioso, su sombra es fresca hasta en los días más calurosos, los herrerillos anidan en él y los mirlos se posan en sus ramas para cantar al atardecer.)
En esa relación íntima que mantuve con lo que circunda la casa, tomé prestado decoro y paz del paisaje de la meseta castellana. Abrí el espacio para dejar entrar la luz y traer virtualmente la quietud del campo a través de amplios ventanales, cuadros en perpetuo cambio. En japonés se llama shakkei, una técnica en la que las vistas lejanas se incorporan y pasan a formar parte del diseño.
Escogí una tabla de colores tenues, monocromáticos para que el exterior minimalista del campo resonara eficazmente en el interior. A través de esa similitud cromática, sin saltos, el visitante recibe de forma sutil un mensaje: todo está unido. Las notas azul cobalto e índigo -única concesión al color- enfatizan la conexión con el cosmos. El resultado es un ambiente sereno, en continuo diálogo con la naturaleza.
Simplicidad y sensibilidad fueron los principios fundadores del espacio que buscó pureza y modestia en los materiales: piedra del páramo, adobes de barro y paja, madera recuperada, forja restaurada…Y organicidad en todos los sentidos: troncos sinuosos, escultúreos, encontrados en los alrededores; vigas recuperadas que sustentaron vidas de otras gentes; tejas que cubrieron sus sueños; barro que amasaron manos sapientes. Todo lo que se toca fue hecho con materiales naturales -cuando no existían otros-. A menudo tallados rudamente, como las piedras. Tocándolas se puede sentir el espíritu del artesano: su ritmo, movimiento, fuerza, habilidad.
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